El agua
de rosas se convirtió en una de las esencias más conocidas y llegó a Occidente
al mismo tiempo que los Cruzados, junto con otras esencias exóticas y método
para su destilación. Hacia el siglo XIII, los perfumes de Arabia ya eran
famosos por toda Europa. Durante la Edad media, los suelos se cubrían de
plantas aromáticas y las personas llevaban encima ramitos de hierbas como protección
contra las enfermedades infecciosas. Poco a poco, los europeos, a falta de los
árboles que producían goma de Oriente, empezaron experimentar con sus propias plantas, como la
lavanda, la salvia y el romero. Hacia el siglo XVI el agua de lavanda y los
aceites esenciales denominados “aceites químicos” podían comprarse en la botica
y, tras la invención de la imprenta, entre 1470 y 1670 se publicaron numerosos
libros sobre plantas, como el Grete
Herball en el año 1526. Algunos incluían ilustraciones de retuertas y
alambiques utilizados para la extracción de los aceites.
En
manos de los filósofos del arte de la destilación se aplicaba a la práctica de
la alquimia, la búsqueda ocultista de la transformación de los metales básicos
en oro. Inicialmente fue una búsqueda religiosa, en la que los estadios de
destilación eran equiparados con los de una transmutación psíquica. De la misma
forma en que una materia aromática podía destilarse para producir una esencia
pura, las emociones humanas podían llegar a refinarse hasta revelar su
verdadera naturaleza.
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